Salud Mental

Pensamiento Positivo

26/02/2025

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ISM al día

Montserrat Martínez de Mingo (*)
Salud mental pensamiento positivo
Durante los últimos años se han hecho muy populares términos como proactividad y pensamiento positivo. Esto es debido a que se trata de dos cualidades muy valiosas y cada vez más cotizadas en el mercado laboral. En el sector marítimo cobran una especial relevancia, ya que en estos momentos se consideran capacidades imprescindibles para el buen funcionamiento de la tripulación y para lograr un clima laboral óptimo. 

Por lo general decimos que una persona es proactiva cuando observamos que tiene iniciativa, que se adelanta a los acontecimientos para evitar posibles complicaciones, que posee una buena capacidad de análisis para el planteamiento de los problemas y la búsqueda de soluciones, que tiene una actitud positiva, que es flexible, que afronta sus responsabilidades y que toma decisiones.

La escuchamos decir a menudo frases tipo: “Tengo que encontrar una solución”, “Esto no funciona”, “¿en qué me estoy equivocando?”, “No me quedo tranquilo si no lo intento”, “A veces se gana y otras veces se aprende”…

Por el contrario, una persona reactiva es aquella que tiene poca iniciativa (espera que los problemas se resuelvan solos, sin hacer nada al respecto) y le cuesta encontrar soluciones porque habitualmente culpa a los demás (o al universo) de todo aquello que le impide alcanzar sus objetivos. Esta predisposición suele derivar en frustración, en baja autoestima, en la queja continua… y a la larga en lo que denominamos “Síndrome del trabajador quemado”. 

También podemos distinguir a una persona  “reactiva” por sus expresiones características: “Esto no tiene arreglo”, “No puedo, esto es imposible”, “No aguanto a…”, “¿A quién se le ha ocurrido esta tontería?”, “¿Por qué me pasa esto a mí?”, “Tengo que… Tengo que…Tengo que…” etc. Obviamente, cualquier organización espera de sus trabajadores comportamientos proactivos, y no solamente por la productividad, sino también por la necesidad de un buen clima laboral, por la salud mental de toda la tripulación y por la prevención de riesgos psicosociales. Entonces, teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿por qué no surgen más conductas proactivas de forma generalizada?

La respuesta la encontramos en que este tipo de comportamientos solamente aparecen, de forma natural y espontánea, cuando realmente la persona está ejecutando un proceso mental proactivo.

Es decir, es posible que aun siendo conscientes de las ventajas que nos aporta la proactividad y de qué es lo que se espera de nosotros, nos cueste mucho llevarla a la práctica. Cuando esto sucede, ¿qué es lo que podemos hacer?

LOS FUNDAMENTOS

Vamos a centrarnos en los tres fundamentos más importantes de la proactividad. 

1. BUENA ACTITUD

La actitud es una predisposición que sentimos ante algo o ante alguien, que será más o menos positiva según la información que tengamos (si es correcta o no, limitada, sesgada, etc.); las experiencias vividas con anterioridad con una misma persona o en circunstancias similares; los intereses o motivaciones que tengamos al respecto y la capacidad empática y de escucha.

Por ejemplo, es posible que en el pasado tuviésemos un conflicto con otro tripulante, pero no se gestionó bien en su momento y cada vez que tenemos que volver a trabajar juntos, la actitud hacia esa persona es muy negativa. Obviamente, esta situación tiene su origen en la mala experiencia vivida (que no se ha superado, comprendido o resuelto), pero también en la falta de información sobre la otra persona (es posible que estuviese pasando por una situación compleja de la que no fuimos conscientes y que, de haberla conocido, seguramente hubiese cambiado mucho la percepción de los hechos) y desde luego, en la falta de interés por resolver el conflicto, o de perdonar ciertas conductas. Algo que también está totalmente relacionado con la capacidad empática. 

Por eso, para poder ser proactivos es muy importante identificar qué es lo que está condicionando realmente nuestra actitud, de esa manera podremos modificarla si fuese necesario: ¿La falta de información?, ¿el pasado?, ¿la falta de motivación?, ¿la ausencia de empatía…? 

2. PENSAMIENTO POSITIVO

Todos tenemos un diálogo interno, que en ocasiones nos lleva a un verdadero conflicto entre los pensamientos positivos y los negativos. Y si no somos capaces de pararlos y tomar el control, se pueden convertir en una verdadera pesadilla. La solución está en entrenar el pensamiento positivo. 
Este tipo de pensamiento no significa negar la realidad o no querer ver la parte más desagradable de la vida y nos lleva a mucho más que a creer que todo va a salir bien o a “ver el vaso medio lleno”.  Realmente supone anticiparnos a los acontecimientos, afrontar con seguridad cualquier circunstancia por desagradable o dolorosa que sea. Y desde luego, está asociado con la prevención. Para comprenderlo mejor veamos, a modo de ejemplo, la prevención de un incendio a bordo. Obviamente nos tenemos que poner en el peor escenario posible: aquel en el que, a pesar de contar con medidas de prevención, llega a producirse un incendio. Entonces nos planteamos, ¿cómo proceder? ¿cómo evacuar? Y pasamos a la acción, estableciendo los protocolos oportunos y realizando simulacros. Sólo entonces nos sentimos seguros y con la confianza de que “todo saldrá bien”. En el ejemplo del incendio, nadie nos llamaría “cenizos” por pensar que podría llegar a producirse o por implantar protocolos de prevención y evacuación. En cambio, cuando nos enfrentamos a otro tipo de circunstancias, si no están muy claros estos conceptos, nos cuesta ponernos en el peor escenario y si lo hacemos corremos el riesgo de que se apodere de nosotros el pensamiento negativo, el miedo, el bloqueo y la reactividad.
Por eso, el pensamiento positivo forma parte de la proactividad y es una herramienta muy valiosa para el ser humano, ya que supone anticiparse ser previsor, realista y pasar a la acción.  

3. GESTIONA TU CÍRCULO DE INFLUENCIA

La preocupación es una estrategia emocional que siempre tiene como objetivo avisarnos de que hay algo de lo que debemos ocuparnos. Y, además, sin demora. Si nos quedamos mucho tiempo atascados en la preocupación, dándole vueltas y sin pasar a la acción, corremos el riesgo de aumentar la reactividad. ¿Dónde está la clave para evitar que esto llegue a producirse? En las matemáticas. No se trata de hacer cálculos o ecuaciones, sino de aplicar los razonamientos matemáticos para encontrar soluciones, en cualquier aspecto de nuestra vida. Vamos a verlo con detalle. 

Si pensamos en los exámenes que hacíamos en el colegio, seguro que recordamos que no nos ponían la máxima puntuación en un problema cuando el planteamiento no era el correcto, aunque si lo fuese el resultado. El motivo estaba claro: un buen planteamiento es imprescindible para encontrar la solución. 

Pero, ¿qué significa plantear bien un problema? Si es matemático, discernir entre constantes y variables. Si lo extrapolamos a nuestro día a día, supone identificar y aceptar todo aquello que no depende de nosotros y centrarnos en lo que sí podemos intervenir.

Cuando este proceso mental se convierte en un hábito, comportamientos como tomar la iniciativa, asumir responsabilidades, tener flexibilidad ante los cambios, centrarnos más en las soluciones y dejar de darle vueltas al problema, entre otros, surgirán de forma natural y espontánea.

Para clarificar todavía más estos conceptos, imaginemos un círculo que contiene todo aquello en lo que tenemos capacidad de actuar por nuestra cuenta o a través de personas cercanas (familiares, amigos, compañeros, etc.). Este será nuestro círculo de influencia.

Sin embargo, existirán infinidad de cuestiones que nos preocupan y que se encuentran fuera de este círculo. Sólo tenemos dos opciones: aceptarlas (aunque no nos gusten) o tomar las decisiones oportunas. ¿Dónde es más rentable poner los esfuerzos, dentro o fuera del círculo de influencia?
Seguro que a bordo podemos encontrar situaciones muy representativas. Por ejemplo, cuando a un tripulante le cuesta aceptar la propia jerarquía o algunas normas que están fuera de su círculo de influencia. Entonces, sin poder evitarlo, sus comportamientos acabarán siendo reactivos. Llegado este punto, es importante destacar que “aceptar” no significa lo mismo que “resignarse”: Nos resignamos si no intervenimos en algo que está dentro de nuestro círculo de influencia y aceptamos cuando dejamos de intentar intervenir fuera de dicho círculo. Seguro que ahora frases como “No te preocupes, ocúpate” o “Si puedes hacer algo, ¡hazlo! Y si no puedes hacer nada, acéptalo y ¡deja de preocuparte!”, cobran un significado más profundo. 

Emociones


EJERCICIOS MENTALES

1. El pensamiento negativo nos llevará siempre a pensar en los peores escenarios posibles (esa es su única función). No te dejes atrapar por él, para ello: 

2. Piensa, ¿qué puedes hacer para evitar que ocurran los hechos identificados? Ponte a trabajar en ello.

3. Y en el caso de que llegaran a producirse, ¿qué podrías hacer para minimizar las consecuencias? (Lee el ejemplo del incendio)

Practica este ejercicio mental a diario, incluso con cosas pequeñas o cotidianas. Poco a poco verás que este proceso lo haces de manera inconsciente. Invertir tiempo en este ejercicio mental también te ayudará a sentirte mejor contigo mismo y a bajar los niveles de estrés generados por las preocupaciones.

SÍ, PODEMOS CAMBIAR

Teniendo en cuenta todo lo anterior, tal vez ha llegado el momento de dejar de preguntarnos “¿Por qué me pasa esto siempre a mí?” y empezar a cuestionarnos “¿Por qué me está pasando esto a mí? ¿En qué debo mejorar?” Porque podemos cambiar, si así lo deseamos, siendo conscientes de que supone un esfuerzo constante, pero con grandes ventajas que lo compensarán con creces. ¿Acaso no es importante tomar el control de nuestras vidas, tener una buena salud emocional y mental, unas relaciones laborales más estables y saludables, saber gestionar bien la frustración, las emociones y los conflictos, crecer a nivel personal y profesional, anticiparse a los problemas y encontrar soluciones? En definitiva, el ser humano tiene la capacidad de poder ser proactivo o reactivo. La decisión solamente depende de cada uno de nosotros.

(*) Profesora asociada de la Universidad Camilo José Cela y experta en Inteligencia Emocional 

Leer más contenidos en revista Mar número 653

 

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