La memoria negra
Medio Ambiente
Estos días “tocan” 20 años del Prestige. Para unos el aniversario comienza el lunes de la semana de la fecha en la que el barco se hundió (o lo hundieron) y termina ese domingo. Para otros el aniversario se extiende desde el momento en que empezó el desastre hasta que el tiempo y otros acontecimientos lo enterraron. Estos días todos tienen opiniones. Y pocos hablan de hechos. De hechos de ahora. Volver a publicar lo que pasó aquellos días como mínimo es plagio y como poco es mediocre y, a veces, hasta sectario. De un lado y del otro. Se intenta reescribir la historia. Sin embargo, los hechos que se conocen son los que son y se pueden leer en internet, en los libros y trabajos científicos que se publicaron. Dejemos los hechos que no conocemos para los druidas. ¡Qué fácil es pitar penalti cuando el partido se terminó!
Ahora toca decir que el impacto real del monumental vertido del Prestige no se conoce. Que no sabemos si todo está recuperado completamente. Que, como decimos en Galicia, depende. Depende de si hablamos de las rías Baixas o de la Costa da Morte. Y en cada lugar del litoral depende de cómo de accesible sea. Porque si se podía llegar allí hubo alguien limpiando. Seguro.
Es obvio que la mayoría del litoral y de los ecosistemas marinos de Galicia lo han hecho. A no ser que los productos del mar gallegos que podemos intentar comprar, si nos da el sueldo, en las plazas, mercados, pescadería y grandes superficies no sean gallegos. Pero las etiquetas dicen que sí. Que son gallegos.
Es lo malo que tiene la naturaleza. Que se recupera a pesar de que constantemente ignoremos los destrozos que estemos causando.
Porque a pesar de que ahora toca Prestige lo que de verdad toca es intentar frenar esta carrera loca de producir y consumir. Cosas hechas de plástico o de derivados del petróleo que finalmente acaban en el mar, en la lluvia, en el aire y de ahí a nuestro cuerpo.
Mira a tu alrededor. Más del ochenta por ciento de las cosas que estás usando están hechas con derivados del petróleo. Mucho consumo para un rendimiento efímero que perdurará en el tiempo afectando a todo lo que nos rodea y a nosotros mismos.
Las catástrofes como la del Prestige tienen de malo que son como un puñetazo en la boca. Duelen. Te hacen tambalearte, pero te recuperas. La contaminación diaria de nuestro medio es como la intoxicación por monóxido de carbono. Poco a poco te adormeces y finalmente falleces.
La catástrofe del Prestige también permitió que nos diéramos cuenta de la fragilidad del Estado a la hora de hacer frente a emergencias, sobre todo porque las emergencias suceden en festivo con puente y con todo el mundo pensando en otra cosa.
Habrá muchas emergencias y ojalá se responda con más claridad y rapidez que ante las últimas que hemos vivido en España. Alguna de ellas todavía colea. Menos mal que siempre estará la gente normal. La que se deja la piel en un incendio forestal, en unas inundaciones, en un accidente o en cualquier situación inimaginable.
Por cierto, no estaría de más que con los medios que tenemos se visitase el pecio del Prestige para ver que está pasando y ya, de paso, los barriles con material radioactivo depositados desde hace cuarenta años en la Fosa Atlántica.
ANTONIO FIGUERAS HUERTA, Profesor de investigación del consejo superior de investigaciones científicas en el instituto de investigaciones marinas, Miembro del comité científico, Asesor para el prestige