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En la revista MAR celebramos el Día Internacional de los Museos dando a conocer uno de los muchos que existen en nuestro litoral dedicados a la actividad marítimo-pesquera. En esta ocasión, viajamos hasta Vigo para visitar el Museo do Mar de Galicia y descubrir los fondos que alberga.
Situado en un entorno de inmensurable belleza, el Museo do Mar de Galicia se encuentra a pie de playa en la ría de Vigo frente al Parque Nacional de las Islas Atlánticas. El complejo, construido en 1887 por Marcelino Barreras, albergó en el pasado la antigua fábrica de conservas Alcabre-Molino de Viento y posteriormente fue utilizado como matadero municipal.
Con el fin de revitalizar una zona de la ciudad degradada y deprimida por los usos anteriores, la Xunta encargó en 1992 el proyecto al italiano Aldo Rossi. Su muerte, antes de acabar la obra, retrasó la construcción lo que provocó que el Consorcio de la Zona Franca buscara en 1999 al gallego César Portela para que lo terminara.
El diseño final replica el edificio de la conservera. Son dos naves centrales independientes, pero unidas por una pasarela, que albergan la colección permanente y las exposiciones temporales. El complejo incluye también dos edificios de menor tamaño: una taberna, abierta solo en verano donde se puede disfrutar de un café mirando al mar, y un acuario con especies de los principales ecosistemas marinos gallegos. La instalación se remata con un faro, en el punto final del dique de la antigua fábrica, desde el que se disfruta de unas maravillosas vistas de la ría y la ciudad de Vigo.
La distribución del museo en espacios ligados entre sí deja tres zonas de acceso público: el jardín de entrada, el dique sobre el que se sitúan el faro y el acuario, y el cuadrado delimitado por las naves centrales, la taberna y la playa donde nos encontramos con una sorpresa añadida, el castro da Punta do Muiño. Fachada trasera del museo con el castro da Punta do Muiño a sus pies.
Los espacios interiores se rematan con inmensos ventanales y aperturas en los muros que recrean cuadros dinámicos de la ría de Vigo. Viene a ser como una prolongación del museo hacia el mar, la metáfora de la transición entre el océano y los marineros.
En palabras de sus arquitectos, el conjunto de 14.000 metros cuadrados constituye “un encuentro afortunado entre una arquitectura lógica, unas artes hermosas y una naturaleza feliz. Un lugar donde el visitante se encuentra así mismo acompañado en todo momento por el color, el sonido y el olor del mar sin perder nunca de vista la línea del horizonte, las luces de los faros de cabo Home, cabo Silleiro o las islas Cíes, y de las balizas que estratégicamente situadas besan los caminos del mar”.
Con la puesta en marcha del museo, las autoridades querían recuperar un espacio para la ciudadanía, con el valor añadido de una arquitectura sorprendente, que permitiera albergar interesantes propuestas culturales más allá de lo estrictamente local, pero sin perder la esencia de proximidad.
Surgió así esta propuesta que explica la identidad gallega y su vínculo ancestral con el mar. La realidad socioeconómica de la actividad marítimo-pesquera de la que Galicia no puede desprenderse, de sus pueblos costeros y de su gente.
Al recorrer sus salas, el visitante comprende la relación histórica que los gallegos siempre han tenido con el mar, gracias al conocimiento y al aprovechamiento de los recursos que ofrece. Además, descubre la actividad marítimo-pesquera en todos sus ámbitos: la pesca, el marisqueo y la acuicultura, los métodos de conservación, los avances tecnológicos de las embarcaciones o los aspectos científicos de la oceanografía.
LA VISITA
Camino de la playa de Samil y pasado el barrio de Bouzas, el Museo do Mar de Galicia se encuentra en el número 160 de la Avenida da Atlántida en Vigo. Atravesando una valla se accede al jardín, el primer paso peatonal al recinto. Se trata de una calzada rodeada de árboles, en la que destaca el mural de Isaac Díaz, creado con motivo de la exposición mundial de la pesca de 2003, que la Zona Franca donó al museo. Son 688 placas de gres de Burela que recrean varias escenas pesqueras. En el primer diseño, el autor incluyó gotas de chapapote en alusión al hundimiento del Prestige en noviembre de 2002.
Avanzamos hacia el muelle donde se encuentran la entrada y la recepción de visitantes. El edificio alberga las salas de la exposición permanente que se ubica en las naves de la antigua conservera. Aquí encontramos espacios dedicados a distintas materias. Algunas de las piezas que más llaman la atención son las réplicas de las chimeneas de los barcos de navieras gallegas como la Compostelana, Joaquín Dávila, Vicente Suárez, Ponte Naya o Naviera de Galicia, entre otras.
El museo está lleno de elementos que harán las delicias de los amantes de la navegación. La sala “Contra Viento y Marea. La marina mercante en Galicia 1750-2000” muestra una colección de instrumentos de comunicación y navegación o curiosidades traídas por los marineros desde el otro lado del Atlántico. Vitrina con sistemas de comunicación utilizados por los marineros.
En estas naves encontramos además explicaciones sobre la evolución de la oceanografía desde distintas perspectivas, espacios dedicados a las curiosidades científicas del mar y nos recreamos con el esqueleto de una ballena suspendido en el techo, especies animales conservadas en formol o la colección de conchas de Arthur y Blanche Boorman, considerada una de las mejores del mundo con piezas procedentes de todos los continentes.
El museo reconoce en esta zona la peligrosidad del trabajo en el mar y homenajea a los equipos de Salvamento Marítimo. También despierta conciencias la escultura de Francisco Leiro que, con las botas de voluntarios que limpiaron las playas gallegas del chapapote del Prestige, refleja la tragedia medioambiental inspirándose en los pasos de las procesiones de Semana Santa y reflejando el dolor del desastre ecológico añadiendo carga simbólica a la obra.
En estas naves también se explica el papel de los faros y señales marítimas y se expone una copia del trofeo Teresa Herrera de fútbol que recrea la Torre de Hércules. No podemos olvidar a los peregrinos y de las rutas del camino por mar desarrolladas a lo largo de la historia para llegar a Santiago de Compostela.
Una pasarela nos lleva a una segunda nave dedicada a la explotación del mar y al trabajo de los pescadores. En cubos luminosos que asemejan los contenedores de los puertos los visitantes encuentran detalladas explicaciones sobre las artes pesqueras, la comercialización del pescado, la industria de la salazón y la conserva, la pesca de especies como la ballena o el bacalao, dedicándose espacios a las sardinas, el pulpo o el mejillón.
ACUARIO Y FARO
Continuando la visita por el exterior caminando por el muelle, nos topamos con los restos arqueológicos del castro da Punta do Muiño y un edificio singular que alberga un acuario en el que nadan las especies más representativas de los tres ecosistemas marinos que hay entre el museo y las islas Cíes.
El primero, el ecosistema de costa, donde la influencia humana y la contaminación han modificado el sustrato y la columna de agua con la construcción de muelles y diques y en donde buscan refugio peces, crustáceos y una gran variedad de invertebrados.
El segundo, el ecosistema de la ría, modificado por los cultivos del mejillón y otros bivalvos de las bateas. Este hábitat, con fondos más limosos y menos oxigenados, es aprovechado por especies semejantes a las que se encuentran en el muelle.
Por último, el ecosistema de las islas Cíes, cristalino y virginal, mucho más limpio y batido por las corrientes donde predominan los percebes en las rocas, las algas calcáreas que forman los fondos de maëri, y los peces pelágicos y dermesales.
La visita acaba en el faro al que los curiosos pueden subir y desde el que se aprecia una visión del museo en su totalidad, así como de la ría y de la ciudad de Vigo a lo lejos.