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El precio justo Artrosis: prevención y tratamiento Inmovilización y traslado de accidentados El triángulo de las Bermudas Mareas rojas: mitos y realidad Mediterráneo libre de emisiones - Revista Mar
En la sociedad de la oferta continua, del low cost, de competir a ver quién hace o compra más cosas con la sensación de haberse ahorrado unos euros, hemos dejado de pagar el precio justo. O, al menos, hemos dejado de entender cuál es el precio justo de cada producto o servicio.
Siempre me ha llamado la atención que gente de mi entorno califique el pescado como “caro”, cuando luego salen a comer cinco de familia todos los sábados a un restaurante a 50€ por barba. Que para nada digo yo que no lo valga, pero sorprende cómo en la percepción del consumidor unas cosas son “caras” y otras no.
Esa confusión entre precio y valor la están pagando, y mucho, los productos pesqueros que arrastran la mala prensa de tener un precio elevado cuando, a poco que se conozca lo que hay detrás para que un pescado llegue a nuestra mesa, se entendería que tendría que costar casi el doble.
Riesgo, horarios nocturnos, incertidumbre, frío, hielo, prisas, logística especializada, exigencias, una cadena que trabaja a la máxima celeridad para no perder frescura y preservar la calidad. Una cadena con especialistas en la producción primaria y a lo largo de todo el viaje hasta nuestras casas porque se trata de un producto altísimamente perecedero.
Por eso, me duele, esa afirmación de que el pescado es caro y más cuando viene de personas cuyo trabajo está bien remunerado y que consideran que su hora laboral sí merece el coste que tiene para sus empresas. Me cuesta entenderlo en consumidores que sí están dispuestos a pagar el peaje económico y medioambiental que supone viajar sin descanso o conocerse toda Europa con menos de 30 años, pero afirman categóricamente que el pescado es caro.
Por supuesto, respetar la libertad de cada cual en gastarse su dinero en lo que considere oportuno, pero no las excusas para esquivar el consumo de productos pesqueros bajo el pretexto de que son caros. No lo son. Su enorme valor nutricional y gastronómico, junto al esfuerzo de las personas que se encuentran detrás de esos productos justifica sobradamente el precio.
Además del hecho cierto de que España es el mercado con mayor variedad de especies pesqueras y es fácil encontrar opciones adaptadas a todos los bolsillos. Por no hablar de si la salud tiene precio, que detrás de muchas de las enfermedades crónicas de hoy en día se encuentra una mala alimentación.
Ese precio, que además esconde el pago de un enorme estado del bienestar del que disfrutamos en Europa y en España, que respalda las cientos, si no miles, de exigencias que desde Europa y desde nuestro Gobierno, Comunidad Autónoma y Ayuntamientos se nos exigen hasta que lo mejor se convierte en enemigo de lo bueno, porque el cliente no está dispuesto a pagar ese precio que respalda los derechos sociales de los operadores de la cadena, sus impuestos, su contribución social, su apuesta medioambiental por la seguridad alimentaria, por la seguridad social y la excelencia empresarial. Pero también los derechos de todos.
Y, claro, se puede elegir no comprar esos excelentes productos producidos en España o Europa o comercializados por los mejores especialistas, porque el mercado ofrece otras opciones con precios menores que esconden producciones de terceros países sin requisitos medioambientales, cuanto menos y, en muchos casos, escondiendo trabajo forzoso, infantil e incluso esclavitud. También promociones para ganar en otros productos, acuerdos descompensados, comodidad a costa de salud.
Comprenderán entonces la desesperación del campo, la pesca y la acuicultura, el comercio especializado, al que, por ejemplo, le caen 1.200€ si la báscula no ha pasado su ITV, aunque pese correctamente, y cuando a un particular la sanción por no haber pasado la ITV del coche se le fijará entre 200 y 500€, aunque hablemos de la seguridad de las personas.
Por otra parte, cada vez hay más gente observando, controlando, examinando, legislando, asesorando, certificando, inspeccionando a los operadores de la economía real. Y sí, el precio justo también sustenta el salario de todos ellos. Personas que quieren hacer valer su trabajo a costa de exigir lo imposible al que ya trabaja bajo los estándares de sostenibilidad social y ambiental más elevados del mundo y que no obtienen la misma remuneración por hora trabajada que ellos.
Cada día, con nuestro dinero, votamos en qué sociedad queremos vivir. Yo lo tengo claro, quiero la misma justicia para los demás que reclamo para mí.