El “Temporal de la Candelera”
Historia
Todo comenzó un frío día de invierno con ligero viento favorable. La flota pesquera salió a faenar con sus barcas de vela sin percibir que el tiempo cambiaría súbitamente. Y esto, a pesar de que la gente de mar es gran observadora de la naturaleza y suele buscar señales que presagien cambios bruscos del estado de la mar, para eludir el peligro.
En esa época, el sistema de pesca más común era el arrastre a vela. Para ello, fundamentalmente se utilizaban dos barcas, tipo laúd, de 10-12 m de eslora, sin cubierta y con siete u ocho tripulantes para faenar en aguas más profundas, lejos de la costa. También era común estas barcas, pero de 6-8 m y cuatro o cinco tripulantes, que no se adentraban tanto y que en caso de súbita tormenta alcanzaban con relativa rapidez la costa. Este sistema de pesca obligaba a navegar por parejas, en paralelo, arrastrando cada una un cabo de la red, para posteriormente tras una maniobra, separarse utilizando el empuje de una para subir la red con las capturas en la otra.
Esta configuración favorecía que ambas barcas fuesen de un mismo propietario o de la misma familia (hijos, hermanos, tíos, sobrinos…) de modo que casi todos los tripulantes estaban emparentados. Por eso, cuando había pérdidas humanas, era un verdadero drama.
Los datos aportados por estaciones meteorológicas ubicadas en diferentes puntos de Europa permiten reproducir la evolución de la tormenta. La mañana del día 31 de enero amaneció parcialmente nublada, pero con una presión barométrica normal (en torno a 1020mb) y probablemente con unas condiciones de viento más favorables que los días anteriores.
A medida que fue avanzando el día, la borrasca disminuyó bruscamente la presión atmosférica en su
centro, y se fue desplazando progresivamente en dirección al Golfo de Cádiz, provocando un aumento del nivel del mar en la costa de Levante. Paralelamente, el enfrentamiento entre el anticiclón y la borrasca, con aumentos de gradiente de presión (isobaras apretadas una frente a la otra en la costa levantina), provocó la aparición de viento fuerte de levante del mayor recorrido posible en el Mediterráneo.
Las olas, por acción del viento fueron “cogiendo fuerza” y por tanto adquiriendo energía a lo largo de bastantes kilómetros hasta incidir perpendicularmente -la peor trayectoria posible- sobre las costas, originando un temporal de levante, posiblemente de intensidad 9 o 10 en la Escala de Beaufort-, olas excepcionalmente grandes (5-9 m), y una visibilidad reducida o prácticamente nula.
El testimonio de un viejo marinero de Peñíscola, superviviente del laúd «Santa Catalina», publicado en el periódico «El Clamor» (Castellón 06/02/1911), da una idea del estado del mar:
“Serían sobre las 10 de la mañana del día 31 de enero último, cuando apareciera, rodeando nuestras embarcaciones, enormes trombas benignas y así como una finísima lluvia, sin que esto amenazara en un principio peligro alguno. Faltarían pocos minutos para dar las dos de la tarde, cuando la lluvia fue más copiosa, siendo acompañada con fuerte viento de Levante, que, aunque nos era favorable para la navegación, no pudimos dirigir nuestras barcas hacia punto alguno donde pudiéramos ponernos al abrigo del temporal, por impedírnoslo la lluvia que cada momento era más abundante. No nos cabía otro remedio que quedarnos en alta mar, y así lo hicimos, pero llegamos al anochecer y cuando serían sobre las siete de la tarde, el temporal, que ya era bastante duro, recrudeció de tal forma, tomó tales proporciones, que nos alarmó en gran manera. A las nueve se declaró el mar horroroso y temible, cambiando el viento benigno en huracanado. El temporal era de lo más peligroso que conocíamos hasta la fecha, pues el mar, aún no había pasado media hora, tomaba el aspecto, de lo que la gente de mar llamamos de «llamp» jamás visto en estas costas. Desde ese momento nuestras embarcaciones quedaron a merced del oleaje y del viento, que las arrastraban de un punto a otro con furioso ímpetu como si fuesen barquitas de papel. Nuestros esfuerzos para dirigirnos a la costa y ponernos a salvo fueron completamente inútiles. Los marineros en aquellos tristes y apurados instantes, éramos unos lanzados de a bordo por las olas y otros sumergidos con sus barcas. Jamás hemos conocido un temporal semejante, que por lo visto ha sido general en toda la costa del Mediterráneo.”
Otro testimonio del superviviente, José Sentís Margalet, publicado en el periódico «La Vanguardia», el 01/02/1911, nos acerca aún más a la crudeza del temporal:
“A cosa de las diez de la mañana”, dice, “se inició el temporal de lluvia y viento, levantándose tan fuerte oleaje que las olas barrían la cubierta, teniendo que navegar a palo seco a causa de las fuertes rachas que se sucedían. A las doce de la tarde estábamos frente a Caldetas - la actual Caldes d’Estrac -, pero no pudimos entrar en la rada a causa del fuerte oleaje, resolviendo dirigirnos a Barcelona. Toda la tarde y parte de la noche luchamos con el temporal, calados hasta los huesos y siendo juguete de las olas, que eran imponentes. Finalmente, a cosa de las diez de la noche una furiosa ola rompió la embarcación en pedazos, y me puse a nadar, suponiendo que los demás compañeros habían perecido, pues el que tenía más cerca, llamado Agustín, se me agarró a una pierna, hasta que por fin desapareció. Yo bebí bastante agua durante el tiempo que medió desde el naufragio hasta ganar la tierra”.
Los destrozos fueron graves y variados. Acabó con los muelles en el Grao de Castellón, con la escollera de Levante cuyas grúas fueron barridas por las olas; en Vinaròs, parte de la escollera fue derribada; en Valencia, la escollera fue arrancada de raíz, mientras que en la Barceloneta, el oleaje invadió las calles causando muchos destrozos, entre ellos, llevándose una grúa (cabria) de gran potencia. También hay noticias sobre los destrozos de barcas de pesca atracadas en los muelles de Vinaròs, Burriana, Castellón y Barcelona.
I
ncluso buques mercantes sucumbieron ante el temporal. Cerca de Sagunto, naufragó el vapor “Abanto”, dejando un solo superviviente (José Mas Pomares) de entre sus 22 tripulantes, a la vez que el vapor “Somorrostro” y el vapor “Ganekogorda-Mendi” encallaban también en una playa de la zona. Por su parte, el vapor “Canganian” quedó hundido finalmente frente a Moncófar, mientras que la goleta “Teresa Puig” lo hizo en Vinaròs y la goleta “Marson” en el delta del Ebro, la cual, al irse a pique, ocasionó la muerte de tres personas.
Respecto a la flota pesquera destrozada, si bien no existe un estudio en detalle, entre las barcas que se hundieron y las que estaban amarradas y fueron destrozadas por la fuerza del temporal, se estima que el número total de embarcaciones perdidas rondase el medio centenar.
Según una exposición realizada en l’Atmella de Mar en 2011, el número de fallecidos por localidades es el siguiente: Caldes d’Estrac 8, Vilassar de Mar 9, Badalona 11, Barcelona 27, Tarragona 6, Cambrils 15, l’Atmella de Mar 5, Tortosa 3, Vinaròs 5, Peñíscola 27, y Sagunto 22. En total, 138 fallecidos, cifra que se antoja corta, ya que en un minucioso estudio publicado en el suplemento especial nº 1 de la revista “Peñíscola Ciudad en el Mar”, se identifican solo en la localidad 34 fallecidos.
Un estudio global y minucioso podría esclarecer estas cifras, teniendo en cuenta que las indemnizaciones a las familias de los fallecidos y damnificados llegaron a hacerse efectivas hasta tres años más tarde, y fueron publicadas en diferentes medios de prensa escrita.
Como consecuencia de esta gran tragedia, las autoridades se afanaron en agilizar la construcción de algunos puertos refugio en localidades de tradición pesquera, iniciándose así la construcción de puertos en l’Atmella de Mar (1920), Peñíscola (1922) y Cambrils (1933).
Otro cambio significativo que contribuyó a erradicar el alto precio en vidas humanas pagado al mar, fue la inclusión de motores en las barcas a vela. Esta mejora fue expandiéndose progresivamente desde Cataluña hacia Levante a mediados de 1925. Inicialmente eran motores pequeños que debían ser apoyados con las velas. A medida que aumentó su potencia, y vistas las capturas conseguidas, prácticamente todos los armadores motorizaron sus barcas, desapareciendo del horizonte las velas.