Salud Mental - Revista Mar
Salud Mental
Creencias y prejuicios que pueden dañar
18/09/2025
ISM
ISM al día
Sergio Villar Fernández (*) - Coordinación: Anabel Gutiérrez

Las creencias, aunque nos dan seguridad al reducir la incertidumbre, pueden también transformarse en estereotipos y prejuicios hacia ciertos grupos. Esto crea una barrera entre nosotros y los demás, generando desconfianza y distanciamiento social. Esto puede generar tensión, ansiedad y estrés. Además, las creencias cerradas limitan la flexibilidad cognitiva, dificultando la adaptación a nuevos contextos y el cambio de nuestras perspectivas.
Para mitigar el impacto negativo de las creencias y prejuicios, es importante gestionar la autoconciencia y exponerse a experiencias y personas diferentes. Esta exposición permite cuestionar los estereotipos y promover una mentalidad abierta y adaptable, mejorando así nuestra calidad de vida emocional.
En el entorno laboral marítimo, a menudo coexisten diversidad cultural, prácticas religiosas y diferentes orígenes étnicos, lo que puede favorecer la aparición de prejuicios. Las creencias y prejuicios son tan poderosos que pueden moldear nuestras percepciones y comportamientos, afectando nuestras relaciones y nuestra salud mental. Aunque nos guste pensar que no somos prejuiciosos, la realidad es que interpretamos el mundo a través de un filtro lleno de suposiciones y juicios preestablecidos. Este artículo explora cómo esas creencias cerradas condicionan nuestra vida diaria y qué pasos podemos dar para liberarnos de sus efectos negativos y abrirnos a nuevas realidades.
El novelista francés Marcel Proust, en su novela “En busca del tiempo perdido”, dejó escrita una frase que me acompaña desde hace mucho tiempo y que sirve para enmarcar el tema de este artículo a la perfección. La frase dice así: “Los hechos no penetran en el mundo donde habitan nuestras creencias y, como no les dieron vida, no las pueden matar; pueden estar desmintiéndolas constantemente sin debilitarlas, y una avalancha de desgracias o enfermedades que una tras otra padece una familia no le hace dudar de la bondad de su Dios ni de la pericia de su médico”. (Proust, 1970, pág. 148). Esta frase que, a priori, podría interpretarse como una mera hipérbole literaria, refleja una serie de procesos psicológicos de suma relevancia que afectan al devenir de nuestro día a día tanto individual como social y que, en muchas ocasiones, nos llevan a obcecarnos con creencias preconcebidas, rígidas e inflexibles que no nos permiten acceder a la realidad de los hechos.
PREJUICIOS
Cuando doy clase a mis alumnos de Psicología, una de las ideas que les trato de transmitir constantemente es que a la hora de entender por qué alguien piensa, siente o se comporta de determinada manera, no nos tenemos que fijar en la realidad que le rodea, sino en cómo esa persona percibe dicha realidad. Da igual que alguien esté rodeado de personas que le apoyan incondicionalmente. Si esa persona, por las razones que sean, percibe una falta de apoyo, se sentirá sola e incomprendida. Esa realidad subjetiva que vive en nuestra mente y que tanto impacto tiene sobre nuestras vidas es lo que conocemos como creencias. Las creencias no solo versan de nosotros mismos, sino de cualquier cosa que tenga que ver con cómo funciona nuestro mundo. Uno puede creer que no sirve para nada, que hay un Dios bondadoso que juzga nuestras acciones o que los sueños se hacen realidad. Todo ello son creencias que pueden marcar no solo nuestras acciones sino hasta nuestra propia identidad, tanto para bien, como para mal. ¿Pero, para qué sirven las creencias?
PARA QUÉ SIRVEN
A los seres humanos, en líneas generales, se nos da mal gestionar la incertidumbre. Cuando nos encontramos ante una situación novedosa en la que no sabemos cómo debemos comportarnos, nos agarramos a un clavo ardiendo con tal de reducir esa incertidumbre. Las creencias juegan un papel muy importante y beneficioso en este sentido, ya que de alguna manera nos permiten reducir dicha incertidumbre mediante el conocimiento más o menos acertado que tenemos del mundo que nos rodea.
Si centramos un poco más el foco, las creencias que giran en torno a cómo son las personas por pertenecer a determinados grupos reciben el nombre de estereotipos y, una vez más, nos ayudan a comprender el mundo social de nuestro alrededor. El problema es que también nos hacen presuponer cosas que no siempre son acertadas. Además, estas creencias que tenemos sobre las personas o los grupos, en muchas ocasiones adoptan una forma más peligrosa, porque dejan de ser solo ideas para convertirse en ideas y emociones. En el momento en que esto ocurre, empezamos a hablar de prejuicios.
Todos hemos oído hablar de los prejuicios, pero cabe plantearse por qué son tan problemáticos. El principal problema de los prejuicios es que desencadenan conductas de discriminación, una de las mayores lacras de la sociedad.
Otro problema es que a las personas nos cuesta muchas veces reconocer que tenemos prejuicios. La sociedad ha avanzado mucho en los últimos tiempos con relación a temas de prejuicios tan relevantes como el racismo, el machismo o la homofobia, lo cual nos puede llevar a pensar que todos estos problemas están superados. Nada más lejos de la realidad. Los prejuicios y la discriminación siguen campando a sus anchas, solo que en muchas ocasiones de una forma mucho más sutil e insidiosa. Es esa sutilidad la que a veces hace que sea más difícil detectarlos tanto en los demás como en nosotros mismos y eso es problemático, ya que una de las formas que tenemos para combatir los prejuicios es precisamente tener autoconciencia de ellos.
IMPACTO
Las creencias y los prejuicios no solo condicionan nuestros comportamientos hacia los demás, sino que también suponen un impacto negativo sobre nosotros mismos y nuestro bienestar psicológico.
A nivel individual, vivir bajo el peso de estas creencias y actitudes puede generar un estado de tensión constante. Muchos estudios han demostrado empíricamente que los prejuicios se encuentran íntimamente ligados a niveles altos de ansiedad y estrés, especialmente en situaciones que ponen a prueba las creencias que subyacen a esos prejuicios.
El motivo de que se produzca esta respuesta de ansiedad y estrés tiene que ver con que, al enfrentarnos con ideas o personas que se oponen a nuestras creencias, nuestro cerebro lo percibe como una potencial amenaza y activa una respuesta de alerta. Este estado de hipervigilancia es incómodo en sí mismo, pero además puede acabar cronificándose y afectar así a nuestra calidad de vida.
Otra consecuencia de nuestras creencias cerradas y prejuicios es que reducen enormemente la flexibilidad cognitiva. La flexibilidad cognitiva es una capacidad esencial para adaptarnos y comprender nuevas circunstancias y puntos de vista.
Tener inflexibilidad o rigidez cognitiva implica, por tanto, dificultades para valorar nueva información que puede contradecir lo que pensamos y también para manejar los cambios que se pueden producir en nuestra vida de forma cotidiana. Este patrón de rigidez puede llevar a las personas a quedarse estancadas en formas de pensamiento totalmente obsoletas y cada vez más desadaptativas que acaben desencadenando frustración. Las creencias cerradas y los prejuicios también tienen un impacto negativo sobre lo social. Los prejuicios en sí mismos fomentan una visión desconfiada y crítica de ciertos grupos o individuos, lo que genera distancia social. Llevado al extremo, este proceso puede acabar implicando una dificultad manifiesta por establecer relaciones significativas con los demás y, consecuentemente, una sensación de aislamiento que afecte gravemente al bienestar emocional.
Por último, como hemos señalado, los prejuicios pueden desencadenar comportamientos discriminatorios, algunos más explícitos y otros más sutiles. En cualquiera de los casos, cuando tratamos de forma negativa a personas que prejuzgamos, es habitual que estas reaccionen en consecuencia, lo cual raramente resulta en una interacción positiva.
Este ciclo refuerza los prejuicios iniciales que nos llevaron a comportarnos así, creando un círculo vicioso en el que nuestras creencias y prejuicios se validan constantemente y dificultan la posibilidad de estar abiertos a nuevas percepciones y experiencias.
CÓMO LUCHAR
Como ya se ha apuntado, la autoconciencia es esencial para poder combatir nuestros estereotipos y prejuicios.
Ser conscientes de que todos podemos ser inflexibles o prejuiciosos respecto a ciertos grupos o situaciones constituye el primer paso hacia el cambio de esas ideas o emociones rígidas e injustificadas. La autoconciencia se puede desarrollar a través de la educación, pero también hay mucho trabajo personal de autoobservación que cada uno de nosotros podemos practicar por nuestra cuenta. Además de la autoconciencia, otra herramienta de la que disponemos para combatir los prejuicios es exponernos activamente a nuevas personas y experiencias. Salir de los espacios de confort a los que estamos acostumbrados y ser conscientes de otras perspectivas diferentes constituye una excelente oportunidad de poner a prueba nuestros prejuicios. Además, según nos vamos familiarizando con otras formas de entender la vida, cada vez nos va a resultar más fácil detectar sesgos en nuestros juicios y así poner en tela de juicio nuestras creencias más rígidas. Solo así podremos dar los primeros pasos hacia una vida más libre y abierta a la realidad.
(*) Sergio Villar Fernández, doctor en Psicología de la UCJC
Leer más en el número 659 de la revista Mar del mes de octubre.
Para mitigar el impacto negativo de las creencias y prejuicios, es importante gestionar la autoconciencia y exponerse a experiencias y personas diferentes. Esta exposición permite cuestionar los estereotipos y promover una mentalidad abierta y adaptable, mejorando así nuestra calidad de vida emocional.
En el entorno laboral marítimo, a menudo coexisten diversidad cultural, prácticas religiosas y diferentes orígenes étnicos, lo que puede favorecer la aparición de prejuicios. Las creencias y prejuicios son tan poderosos que pueden moldear nuestras percepciones y comportamientos, afectando nuestras relaciones y nuestra salud mental. Aunque nos guste pensar que no somos prejuiciosos, la realidad es que interpretamos el mundo a través de un filtro lleno de suposiciones y juicios preestablecidos. Este artículo explora cómo esas creencias cerradas condicionan nuestra vida diaria y qué pasos podemos dar para liberarnos de sus efectos negativos y abrirnos a nuevas realidades.
El novelista francés Marcel Proust, en su novela “En busca del tiempo perdido”, dejó escrita una frase que me acompaña desde hace mucho tiempo y que sirve para enmarcar el tema de este artículo a la perfección. La frase dice así: “Los hechos no penetran en el mundo donde habitan nuestras creencias y, como no les dieron vida, no las pueden matar; pueden estar desmintiéndolas constantemente sin debilitarlas, y una avalancha de desgracias o enfermedades que una tras otra padece una familia no le hace dudar de la bondad de su Dios ni de la pericia de su médico”. (Proust, 1970, pág. 148). Esta frase que, a priori, podría interpretarse como una mera hipérbole literaria, refleja una serie de procesos psicológicos de suma relevancia que afectan al devenir de nuestro día a día tanto individual como social y que, en muchas ocasiones, nos llevan a obcecarnos con creencias preconcebidas, rígidas e inflexibles que no nos permiten acceder a la realidad de los hechos.
PREJUICIOS
Cuando doy clase a mis alumnos de Psicología, una de las ideas que les trato de transmitir constantemente es que a la hora de entender por qué alguien piensa, siente o se comporta de determinada manera, no nos tenemos que fijar en la realidad que le rodea, sino en cómo esa persona percibe dicha realidad. Da igual que alguien esté rodeado de personas que le apoyan incondicionalmente. Si esa persona, por las razones que sean, percibe una falta de apoyo, se sentirá sola e incomprendida. Esa realidad subjetiva que vive en nuestra mente y que tanto impacto tiene sobre nuestras vidas es lo que conocemos como creencias. Las creencias no solo versan de nosotros mismos, sino de cualquier cosa que tenga que ver con cómo funciona nuestro mundo. Uno puede creer que no sirve para nada, que hay un Dios bondadoso que juzga nuestras acciones o que los sueños se hacen realidad. Todo ello son creencias que pueden marcar no solo nuestras acciones sino hasta nuestra propia identidad, tanto para bien, como para mal. ¿Pero, para qué sirven las creencias?
PARA QUÉ SIRVEN
A los seres humanos, en líneas generales, se nos da mal gestionar la incertidumbre. Cuando nos encontramos ante una situación novedosa en la que no sabemos cómo debemos comportarnos, nos agarramos a un clavo ardiendo con tal de reducir esa incertidumbre. Las creencias juegan un papel muy importante y beneficioso en este sentido, ya que de alguna manera nos permiten reducir dicha incertidumbre mediante el conocimiento más o menos acertado que tenemos del mundo que nos rodea.
Si centramos un poco más el foco, las creencias que giran en torno a cómo son las personas por pertenecer a determinados grupos reciben el nombre de estereotipos y, una vez más, nos ayudan a comprender el mundo social de nuestro alrededor. El problema es que también nos hacen presuponer cosas que no siempre son acertadas. Además, estas creencias que tenemos sobre las personas o los grupos, en muchas ocasiones adoptan una forma más peligrosa, porque dejan de ser solo ideas para convertirse en ideas y emociones. En el momento en que esto ocurre, empezamos a hablar de prejuicios.
Todos hemos oído hablar de los prejuicios, pero cabe plantearse por qué son tan problemáticos. El principal problema de los prejuicios es que desencadenan conductas de discriminación, una de las mayores lacras de la sociedad.
Otro problema es que a las personas nos cuesta muchas veces reconocer que tenemos prejuicios. La sociedad ha avanzado mucho en los últimos tiempos con relación a temas de prejuicios tan relevantes como el racismo, el machismo o la homofobia, lo cual nos puede llevar a pensar que todos estos problemas están superados. Nada más lejos de la realidad. Los prejuicios y la discriminación siguen campando a sus anchas, solo que en muchas ocasiones de una forma mucho más sutil e insidiosa. Es esa sutilidad la que a veces hace que sea más difícil detectarlos tanto en los demás como en nosotros mismos y eso es problemático, ya que una de las formas que tenemos para combatir los prejuicios es precisamente tener autoconciencia de ellos.
IMPACTO
Las creencias y los prejuicios no solo condicionan nuestros comportamientos hacia los demás, sino que también suponen un impacto negativo sobre nosotros mismos y nuestro bienestar psicológico.
A nivel individual, vivir bajo el peso de estas creencias y actitudes puede generar un estado de tensión constante. Muchos estudios han demostrado empíricamente que los prejuicios se encuentran íntimamente ligados a niveles altos de ansiedad y estrés, especialmente en situaciones que ponen a prueba las creencias que subyacen a esos prejuicios.
El motivo de que se produzca esta respuesta de ansiedad y estrés tiene que ver con que, al enfrentarnos con ideas o personas que se oponen a nuestras creencias, nuestro cerebro lo percibe como una potencial amenaza y activa una respuesta de alerta. Este estado de hipervigilancia es incómodo en sí mismo, pero además puede acabar cronificándose y afectar así a nuestra calidad de vida.
Otra consecuencia de nuestras creencias cerradas y prejuicios es que reducen enormemente la flexibilidad cognitiva. La flexibilidad cognitiva es una capacidad esencial para adaptarnos y comprender nuevas circunstancias y puntos de vista.
Tener inflexibilidad o rigidez cognitiva implica, por tanto, dificultades para valorar nueva información que puede contradecir lo que pensamos y también para manejar los cambios que se pueden producir en nuestra vida de forma cotidiana. Este patrón de rigidez puede llevar a las personas a quedarse estancadas en formas de pensamiento totalmente obsoletas y cada vez más desadaptativas que acaben desencadenando frustración. Las creencias cerradas y los prejuicios también tienen un impacto negativo sobre lo social. Los prejuicios en sí mismos fomentan una visión desconfiada y crítica de ciertos grupos o individuos, lo que genera distancia social. Llevado al extremo, este proceso puede acabar implicando una dificultad manifiesta por establecer relaciones significativas con los demás y, consecuentemente, una sensación de aislamiento que afecte gravemente al bienestar emocional.
Por último, como hemos señalado, los prejuicios pueden desencadenar comportamientos discriminatorios, algunos más explícitos y otros más sutiles. En cualquiera de los casos, cuando tratamos de forma negativa a personas que prejuzgamos, es habitual que estas reaccionen en consecuencia, lo cual raramente resulta en una interacción positiva.
Este ciclo refuerza los prejuicios iniciales que nos llevaron a comportarnos así, creando un círculo vicioso en el que nuestras creencias y prejuicios se validan constantemente y dificultan la posibilidad de estar abiertos a nuevas percepciones y experiencias.
CÓMO LUCHAR
Como ya se ha apuntado, la autoconciencia es esencial para poder combatir nuestros estereotipos y prejuicios.
Ser conscientes de que todos podemos ser inflexibles o prejuiciosos respecto a ciertos grupos o situaciones constituye el primer paso hacia el cambio de esas ideas o emociones rígidas e injustificadas. La autoconciencia se puede desarrollar a través de la educación, pero también hay mucho trabajo personal de autoobservación que cada uno de nosotros podemos practicar por nuestra cuenta. Además de la autoconciencia, otra herramienta de la que disponemos para combatir los prejuicios es exponernos activamente a nuevas personas y experiencias. Salir de los espacios de confort a los que estamos acostumbrados y ser conscientes de otras perspectivas diferentes constituye una excelente oportunidad de poner a prueba nuestros prejuicios. Además, según nos vamos familiarizando con otras formas de entender la vida, cada vez nos va a resultar más fácil detectar sesgos en nuestros juicios y así poner en tela de juicio nuestras creencias más rígidas. Solo así podremos dar los primeros pasos hacia una vida más libre y abierta a la realidad.
(*) Sergio Villar Fernández, doctor en Psicología de la UCJC
Leer más en el número 659 de la revista Mar del mes de octubre.


