La mayor tragedia en la costa cantábrica
Historia
Volvamos a la noche anterior. Como se dijo, el buque navegaba con temporal del noroeste de fuerza 9. La guardia de máquinas de 4 a 8 horas la llevaban el segundo maquinista José María Iturriaga Uriarte, natural de Bilbao; el engrasador, José Trillo Rodríguez, y el fogonero Pascual Dávila Montes, de la Puebla del Caramiñal, en A Coruña.
Así lo relata Trillo en la prensa: Pascual me previno que la máquina no iba bien, entonces abrí la caldera de estribor, advertí que no funcionaba. Abrí después la de alimentar y la auxiliar, que tampoco respondieron. Informé de ello al segundo maquinista.
Posteriormente, en un momento indeterminado, creemos próximo a las 7 de la mañana, la máquina se para. Su posición aproximada puede ser al norte de Cabo Mayor. A partir de ese momento, el buque queda sin gobierno, derivando hacia el SE, en dirección a los acantilados de Langre.
Sin embargo, en otro medio informativo, Trillo relata lo siguiente: Durante los trabajos de reparación, el capitán se asomó varias veces a la máquina preguntando. Mientras, el barco desahoga por el mambrú y por alguna otra parte, puesto que en la sala de máquinas hay mucho vapor. El segundo maquinista manifiesta que “si tuviese… lo arreglaría”, sin que Trillo sepa decir a qué se refería el maquinista.
Coincidiendo con esta situación continua:... el barco escora a estribor por lo que se trata de adrizarlo trasvasando fuel oil a los tanques de babor. La avería no pudo ser reparada.
Indica que sobre las 8 subió a cubierta, donde se encontró a varios tripulantes con los chalecos salvavidas puestos, viendo Santander y las playas y que “sintió” trabajar a la radio.
PRIMEROS ATISBOS DE TRAGEDIA
A las 08:07 el “Elorrio” emite un radio de socorro: Peligro inminente de hundimiento entre Mouro y Ajo, sin máquinas. Urge remolcadores. Estamos lanzando bengalas.
Este radio fue pasado, se supone, a través de Cabo Mayor Radio a la Comandancia Militar de Marina de Santander, la cual ordena, a las 08:15, la salida de los pesqueros “Hermanos Portuondo” y “Familia Portuondo”, matriculados en Santander, debido a que tenían su tripulación a bordo. A las 08:20, desatracan del muelle de la lonja. Por su parte, la embarcación de prácticos se cruza con el pesquero “Esquiaga Beitia” al que indican proceda hacia el buque.
Parece ser que el remolcador de la entonces Junta del Puerto de Santander, “Conde de Ruiseñada”, a pesar de que estaba preparado desde las 5 por el aviso de llegada del buque, no pudo salir por la fuerte marejada.
A las 08:22 el “Elorrio” transmite su último mensaje y dice: estamos echando el bote al agua.
Continúa Trillo: Como el barco abatía rápidamente hacia la costa, tratamos de echar un bote al agua por la popa del través de estribor, el cuál se aplastó contra el buque debido a la fuerza del viento. A continuación, intentamos echar otro por el centro de estribor, sin conseguirlo por agarrotamiento de los pescantes, sin poder intentarlo por babor debido a la escora.
Es entonces cuando el “Elorrio” hace sonar su sirena de continuo. Mientras tanto el viento y la mar continúan abatiéndolo. Entre la hora del último mensaje y las 9 aproximadamente, el buque embarranca en el lugar más inhóspito que podía hacerlo, donde la mar quiso: el acantilado de Llaranza en Langre. Es a esa hora cuando los pesqueros informan por telefonía que está embarrancado y que es imposible prestarle auxilio por mar.
Siguiendo con el relato de Trillo: ¡Estamos todos muertos!, dije. El capitán me regañó: ¡cállate!, me dijo. Pienso que el hombre quería conservar la serenidad de la tripulación. Estábamos agarrados a la barandilla del puente. Todos estaban pálidos y supuse que yo igual. En ese momento, el barco se partió y comenzó a salir agua sucia mezclada con fuel. Veíamos gente en los prados, encima de los acantilados, corriendo de un lugar a otro.
En ese momento, decidí que iba a lanzarme al agua, tenía puesto dos chalecos salvavidas. Durante medio minuto hube de frotarme fuertemente los ojos para recuperar la visión debido al picor de los gases. Me fui hacia popa, el capitán me gritó ¡Te vas a matar!. Después, no lo pensé más y me eché, suavemente, sobre una ola cuidando permanecer en la superficie. Tengo la impresión de que el agua me volvió al barco antes de ser lanzado de nuevo sobre las rocas.
Una vez en tierra, volví cerca del barco para ver si mis compañeros me echaban un cabo. Lo lanzaron pero el viento impidió que lo alcanzase, fue cuando decidí retroceder, me dolía el pie y la pierna, creía que iba a perder el conocimiento.
TODOS TRATABAN DE COLABORAR
A pesar de que los pesqueros malamente se aguantaban en la zona, se sumaron al rescate los pesqueros bermeanos “Enero” y “Febrero”, los cuales traían a bordo un bote insumergible a motor del buque “Monte Urbasa” de la Naviera Aznar, que se encontraba atracado en el puerto, con el fin de poder acercarse con él a las rompientes y tratar de socorrer a los hombres que pudiesen estar flotando arrastrados por las olas.
Venían con varios voluntarios de su tripulación: el segundo oficial, Antonio Bageneta Vilaeche (que, posteriormente, sería práctico de la refinería ESSO/Petromed de Castellón); el tercer oficial, Fernando Arguelles; el mozo, Evaristo Muñoz, y el engrasador, Antonio Marzoa. El intento resultó infructuoso y estuvo cerca de terminar a su vez en tragedia, ya que los golpes de la mar averiaron el motor del bote, el cual pudo ser rescatado por uno de los pesqueros al tercer intento.
Fermín Campos, vecino de Langre, pueblo que por aquél entonces contaba con 36 vecinos y perteneciente al municipio de Ribamontán al Mar, relató a la prensa lo siguiente:
Sobre las 9 de la mañana, iba con la cántara de leche hacia la Central Lechera de Loredo, cuando sentí unos golpes grandes y extraños. Pensé que sería simplemente la mar. Llevaba unos días muy fuerte. Seguí adelante, pero no me quedé tranquilo. Nada más entregar la leche, volví aligerando el paso y bajé la carretera hacia el acantilado. Llegué hasta las rocas, que quedan a unos 500 metros. Cada vez eran más sonoros los golpes que oía.
Al llegar a las rocas me quedé horrorizado. A unos 70 metros, el mar deshacía el barco ya partido en tres trozos. Un grupo de hombres estaban arracimados allí en el puente. Serían unos quince por lo menos. Las olas eran enormes.
LANGRE DE LOS NÁUFRAGOS
La sirena del buque había alertado ya a los vecinos. El párroco, Urbano Alonso Perojo, se acercó a la iglesia de San Félix, en el pueblo, para tocar las campanas. En un principio, pensaron que se quemaba la propia iglesia, luego todos se dirigieron hacia los acantilados, entre ellos Ismael Hoz Hoz junto con su esposa, Apolonia Blanco Gómez. Llovía de forma torrencial. El agua descendía por los prados y al llegar al borde el viento la volvía en forma de surtidor.
Continúa Fermín Campos: Cuando iba a volverme al pueblo para pedir ayuda, vi como un hombre se lanzaba al agua desde la popa del barco. Le vi caer sobre las rocas, pensé que se había matado. Vi como al poco se levantaba y gritaba hacia sus compañeros. En ese momento, ya habían llegado más gentes del pueblo incluso el médico de Suesa, don Manuel Ruiz de la Cuesta, que posteriormente atendió al muchacho. No pudieron llevarlo hasta el pueblo y siguió allí ayudando a los hombres los cuales pretendían hacer llegar un cabo hasta el barco. Arriba ya había mujeres mirando.
Se trajeron todas las cuerdas que se encontraron en el pueblo. Los mozos se arriesgaban con ellas por el acantilado, saltando de roca a roca, sin miedo a ser alcanzados por las olas más grandes.
Por su parte, Trillo relató su encuentro con Ismael de la siguiente manera: Fue entonces cuando llegó hasta mí ese muchacho, Ismael, con una botella de aguardiente y un cabo. Me pidió que hiciese un buen nudo en el extremo del cabo a una piedra que traía, pensando que yo lo haría mejor. Durante casi una hora, estuvo lanzando hacia el barco la piedra con el cabo amarrado sin conseguirlo, hasta que una ola se lo llevó mar adentro.
Fermín Campos lo corroboró añadiendo: Fue tremendo aquello, las mujeres se pusieron a gritar, su esposa estaba arriba y lo vio todo.
Posteriormente, el vecino de Langre, José Manuel Martínez Gómez, consiguió izar al superviviente Trillo a lugar seguro, ya en tierra firme.
Por indicación de la Comandancia de Marina de Santander el práctico Madariaga y el contramaestre de Pedreña, José Freire, se dirigieron sobre las 11:30, en camioneta, al acantilado con lanzacabos y unos mil metros de cabos. Al mismo tiempo, se desplazaron el gobernador civil de Santander, Antonio Ibáñez Freire (que luego sería gobernador civil de Bizkaia y Barcelona, así como director general de la Guardia Civil y Ministro del Interior) y el Comandante de Marina, Aquiles Vial Leste.
LA PRIMERA VÍCTIMA
Una vez en el lugar, Freire procede a disparar el lanzacabos. El primer cabo cae en cubierta y un tripulante se lanzó a recogerlo. Cuando lo tenía ya en sus manos, una ola lo barrió de cubierta lanzándole sobre las rocas. Fue la primera víctima de a bordo.
Continúa Freire: Más tarde tras grandes esfuerzos conseguimos que dos marineros se apoderasen del cabo entonces llegó una nueva masa de agua que se los llevó.
Los acantilados tienen una altura de unos 40 metros, existiendo delante de ellos una formación de restingas de rocas, como un muelle paralelo, desde donde los vecinos más atrevidos estuvieron lanzando cuerdas que, por desgracia, no llegaron en su mayoría al buque, debido al fuerte viento y al oleaje. Incluso se llegó a intentar con cañas de pescar, unidas a la sisga de un cabo, llegando los tripulantes a coger alguna línea de nailon, pero todas se rompían.
El dialogo de los vecinos con los tripulantes fue conmovedor. El miedo a estrellarse contra las rocas les impedía saltar desde donde se encontraban agarrados, unos en el puente y otros a la escala real.
Continua Freire: La mar empeoraba aún más y uno a uno o en pequeños grupos los tripulantes fueron barridos por las olas. Algunos de ellos se lanzaron al agua nadando desesperadamente, alejándose del barco para evitar ser lanzados sobre las rocas. Desde tierra, pudimos ver durante mucho tiempo a aquellos pobres desgraciados debatiéndose entre las aguas.
Pasado el mediodía y por orden de la Comandancia de Marina de Bilbao, alertada por la de Santander, partieron en un camión, el equipo completo de voluntarios de la Estación de Náufragos de Algorta, con todo su material de procedencia inglesa, acompañados por varios vecinos de Guecho, en total 14 hombres, al cual le daba paso libre la Guardia Civil de Tráfico. A su llegada a Langre nada pudieron hacer, pues la tragedia ya se había consumado.
En las primeras horas de la tarde, llegaron dos aviones de salvamento de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos con base en Torrejón de Ardoz. Se trataba de un bimotor Douglas con personal para actuar desde tierra, el cual antes de aterrizar en el aeropuerto de Parayas (Santander), lanzó todo el material de que disponía a los náufragos; y un hidroavión Gruman, que se hallaba en vuelo de Madrid hacia Alemania y fue desviado hacia Santander cuando se encontraba en la vertical de Burgos.
Este último informó del avistamiento de trece náufragos, realizando una operación de balizamiento de la zona con señales flotantes fumígenas, al tiempo que lanzaba al agua varias balsas neumáticas, de tal manera que el viento y la mar las llevaran hacia ellos.
Debió ser un momento de gran emoción y tristeza cuando las balsas llegaron a su altura y al no producirse ninguna reacción en los náufragos, comprender que era el final de aquél desastre, al entender que no existía ningún superviviente.
La tragedia quedó finalmente consumada ante los ojos y la impotencia de los voluntariosos vecinos de Langre.
JUAN PEÑA DE BERRAZUETA, Capitán de la marina mercante